jueves, 12 de marzo de 2015

EL GRITO DE FERINTO



EL GRITO DE  FERINTO






Cuando Jean de Bethencourt llegó a El Hierro, vivía en la isla un bimbache llamado Ferinto, el cual se convirtió en el tormento de los conquistadores. Jamás los dejaba tranquilos y los hostigaba continuamente. Por mucho que los invasores perseguían a Ferinto, su agilidad era tal que no lograban atraparle.

Un día este herreño fue traicionado por alguno de los suyos y los europeos rodearon su guarida, con la intención de prenderle. Sin embargo, Ferinto logró huir hasta el borde de un profundo barranco, cercano a Valverde.

De poco le sirvió a Ferinto su huída, porque sus enemigos estrecharon aún más el cerco, hasta que se vio totalmente perdido. Mientras que a sus espaldas estaban los castellanos, bajo su pies se abría un horroroso abismo. Comprendió que una caída le ocasionaría la muerte.

A pesar de todo, reflexionó Ferinto, ¿qué es la vida, cuando se ha perdido la libertad? ¿Para qué sirven el aire que nos rodea, las aguas que los dioses destilan de los árboles sagrados o las montañas con sus misterios si todo eso es ultrajado, despreciado y deshonrado por gentes que vienen a tratarnos como esclavos? ¿De qué sirve mi vida si mi voluntad se trunca a cada paso? ¿No es mejor morir despeñado y convertir mi muerte en un acto liberal?

Ferinto cogió aliento. flexionó sus poderosas piernas, saltó.... Y, superando toda expectativa, logró llegar al otro lado del cauce, poniendo sus pies en el lugar que hoy se conoce como El Salto del Guanche.

Sin embargo, de nada le sirvió. Allí también le esperaban los conquistadores con las armas prestas. La desesperación de ver su libertad perdida impulsó al bimbache a gritar. Lanzó un grito tan fiero, tan grande, tan alto que atravesó la isla, sobre pinares, barrancos y volcanes, hasta llegar a La Dehesa, en el otro extremo de El Hierro, donde su madre, al escuchar su potente voz, dijo con tristeza:
¡Mi hijo ha sido vencido!




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